Domingo, 19 de Marzo de 2006
El camino de la verdad y la justicia
Este mes se cumplen 30 años -el 24 de marzo- del último golpe de estado militar, tal vez la asonada militar más trágica de nuestra historia. Sus consecuencias sociales, económicas, políticas y morales aún vibran en el seno de nuestra sociedad.
A quien sea demasiado joven para imaginar de qué se trató aquello, baste decir que una generación fue diezmada, en número -sí, claro- pero fundamentalmente en su fuerza moral, la de miles de militantes y dirigentes que "desaparecieron" y no tuvieron la chance de poder modelar su futuro, que era también el nuestro a fin de cuentas, y que como todos sabemos se viene haciendo a las patadas, en una democracia bastante desigual.
¿Qué hubiera pasado si muchos de aquellos muchachos de entonces hubieran estado vivos, quizá como hombres maduros, en 1982? ¿O en 1989? Por caso... ¿se habría regalado YPF? ¿O reventado el sistema ferroviario, y a los pueblos del interior con ello? ¿Habría habido tanta desigualdad? No se sabe, claro. Pero es obvio que habría habido mucha más competencia política, y con ella más oportunidades de que el pueblo esté legítimamente representado y defendidos sus intereses.
Esto es lo que pasa cuando se descabeza a una generación. La misma queda a la deriva, luego las personas se desconectan gradualmente del proyecto nacional pues ya no hay una masa crítica de dirigentes que aglutinen las voluntades en pos de un proyecto común. Así entramos en una especie de sopor y ¡pumba! quedamos a merced de la clase política sobreviviente. ¡Brrrrr! Un escalofrío corre por mi espalda.... y no es para menos, si no terminábamos de deglutir lo de los 90 (esa década la tengo todavía atascada) que ya nos tiraron con el descalabro institucional del 2001 (Odisea en el Limbo).
Por esto, estimados amigos políticos, dejo a vuestra ilustre consideración un pequeño rosario de humildes preguntas:
¿Cuántos de ustedes llegaron a donde llegaron porque se supieron guardar y callar en aquellos años?
¿Cuántos están porque se saben acomodar o amoldar a lo que venga?
¿Qué legado trajeron ustedes consigo?
¿Qué legado entregaron cuando se fueron o piensan entregar cuando se vayan?
¿Qué se han llevado consigo cuando se fueron o qué se piensan llevar?
¿Hay más trabajo? ¿Mejor remunerado?
¿Tendremos algún día un país con gente que no pase hambre?
¿Los pobres son cada vez más o menos?
¿Cómo están nuestros hospitales?
¿Cuándo será la atención de la salud pública una obligación del Estado, de manera que no nos expriman las clínicas y sanatorios privados?
¿Mejoró el nivel educativo de nuestra población? ¿Mejorará?
¿Han logrado integrar nuestro extenso territorio?
¿Alguien piensa tomar una decisión en serio para recuperar nuestros ferrocarriles?
¿Y para recuperar nuestro gas y nuestro petróleo?
¿Hay más igualdad de oportunidades?
No debiera sorprender a ningún político la rudeza de ninguna de estas preguntas, pues no son las interrogantes sino que es el contenido, tiempo y forma de las respuestas lo que nos puede ayudar a perfeccionar nuestro sistema democrático, convirtiéndolo en uno más justo y representativo. Justicia y soberanía popular... sería un buen comienzo.
Hoy, un legado invisible llega desde el pasado y se entreteje con este, nuestro presente "imperfecto". Es como una letanía -que muchas veces llegamos a escuchar, pero que a veces parece esfumarse, y a la que por eso debemos alimentar, para que perdure. Ese legado -el de nuestros desaparecidos-, señala un camino, que no es otro que el de la verdad y la justicia.
Hernando Mankus
Fuente: VillaLugano.com