Viernes, 23 de Marzo de 2007
El legado del escritor y periodista Rodolfo Walsh
Hace 30 años, el escritor y periodista Rodolfo Walsh publicaba una memorable carta de repudio a la dictadura. Un dÃa después fue emboscado y asesinado. Su cuerpo nunca apareció. El mismo destino sufrieron otros argentinos únicos e irrepetibles, sacrificados para que el pueblo aceptara sumisamente un destino impuesto.
El 25 de marzo de 1977 un Grupo de Tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada emboscó a Rodolfo Walsh en la ciudad de Buenos Aires, cerca de las avenidas San Juan y Entre RÃos, con el objetivo de aprehenderlo vivo. Walsh se resistió, hirió y fue herido a su vez de muerte. Su cuerpo nunca apareció. El dÃa anterior habÃa escrito lo que serÃa su última palabra pública: la Carta Abierta a la Junta Militar.
A 30 de años de aquel suceso, las generaciones actuales y futuras encontrarán que este texto constituye un documento histórico ineludible. Esa denuncia pública le costó la vida a su autor, igual que a otros tantos argentinos únicos e irrepetibles que fueron sacrificados a fin de lograr que el pueblo, ya diezmados los referentes surgidos de sus entrañas, se entregue sumisamente a un destino que se le querÃa imponer, pues convenÃa a los viejos conocidos de siempre: los ricos y poderosos, los dueños de la tierra, los militares y los nuevos colonizadores.
A continuación, un escrito autobiográfico que puede acercarnos un poco al ser humano Rodolfo.
Rodolfo Walsh por Rodólf Fowólsh
Me llaman Rodolfo Walsh. Cuando chico, ese nombre no terminaba de convencerme: pensaba que no me servirÃa, por ejemplo, para ser presidente de la República. Mucho después descubrà que podÃa pronunciarse como dos yambos aliterados [1], y eso me gustó.
Nacà en Choele-Choel, que quiere decir "corazón de palo". Me ha sido reprochado por varias mujeres.
Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidà ser aviador. Por una de esas confusiones, el que la cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahà me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antig"uedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba.
Mi padre era mayordomo de estancia, un transculturado al que los peones mestizos de RÃo Negro llamaban Huelche. Tuvo tercer grado, pero sabÃa bolear avestruces y dejar el molde en la cancha de bochas. Su coraje fÃsico sigue pareciéndome casi mitológico. Hablaba con los caballos. Uno lo mató, en 1947, y otro nos dejó como única herencia. Este se llamaba "Mar Negro", y marcaba dieciséis segundos en los trescientos: mucho caballo para ese campo. Pero esta ya era zona de la desgracia, provincia de Buenos Aires.
Tengo una hermana monja y dos hijas laicas.
Mi madre vivió en medio de cosas que no amaba: el campo, la pobreza. En su implacable resistencia resultó más valerosa, y durable, que mi padre. El mayor disgusto que le causo es no haber terminado mi profesorado en letras.
Mis primeros esfuerzos literarios fueron satÃricos, cuartetas alusivas a maestros y celadores de sexto grado. Cuando a los diecisiete años dejé el Nacional y entré en una oficina, la inspiración seguÃa viva, pero habÃa perfeccionado el método: ahora armaba sigilosos acrósticos.
La idea más perturbadora de mi adolescencia fue ese chiste idiota de Rilke: Si usted piensa que puede vivir sin escribir, no debe escribir. Mi noviazgo con una muchacha que escribÃa incomparablemente mejor que yo me redujo a silencio durante cinco años. Mi primer libro fueron tres novelas cortas en el género policial, del que hoy abomino. Lo hice en un mes, sin pensar en la literatura, aunque sà en la diversión y el dinero. Me callé durante cuatro años más, porque no me consideraba a la altura de nadie.
Operación masacre cambió mi vida. Haciéndola, comprendà que, además de mis perplejidades Ãntimas, existÃa un amenazante mundo exterior. Me fui a Cuba, asistà al nacimiento de un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso. VolvÃ, completé un nuevo silencio de seis años. En 1964 decidà que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenÃa. Pero no veo en eso una determinación mÃstica. En realidad, he sido traÃdo y llevado por los tiempos; podrÃa haber sido cualquier cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces.
En la hipótesis de seguir escribiendo, lo que más necesito es una cuota generosa de tiempo. Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto; sé que me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima; pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez.
[1] Unidad métrica compuesta por una sÃlaba breve (sin acento) y una larga (acentuada). AsÃ, habrÃa que leer Rodólf Fowólsh.
Hernando Mankus
Fuente: VillaLugano.com.ar