Cuando analizo, a mi modo de ver,
centro de Villa Lugano era
(tal vez todavía lo debe de ser)
esquina de Murguiondo y Somellera.
Llego a esta simple conclusión
de que éste era el punto vital
porque enfrente de la estación
estaba la farmacia el y el correo postal.
Lo puedo decir con sinceridad,
con las manos en el corazón,
conocer su historia, la verdad,
nunca tuve la menor intención.
Ahora, cuando se doblan los lomos,
me tragaría con mucho placer
cualquier cantidad de tomos
sobre Lugano, habidos y por haber...
Sé que Soldati fue su fundador,
una placa de bronce lo muestra,
erigida en su honor,
en el cruce de Larrazábal y Riestra.
El ferrocarril deber haber sido
el que a Lugano puso en el mapa.
Sin él, no habría podido
encontrarlo ni el mismo Papa...
Volviendo a Lugano, al centro...
cierro los ojos y mi memoria revive
todo eso que quedó adentro
desde esos tiempos cuando era pibe.
En esta hermosa esquina también,
para bien o para mal,
el óbmibus cuarenta y uno
aquí tenía su terminal.
Remedios, carne, vinos, cerrajería,
todo lo que necesitabas --
carbón, papas y hasta herrería,
sin problemas, aquí lo encontrabas.
Pegadito a las barreras,
donde comenzaba la estación,
al costado de las vías,
había un popular corralón...
La estación estaba alambrada
en todo su alrededor.
Tenía molinetes de entrada
para frenar al cuadrúpedo invasor.
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No había en ese entonces
transporte más eficiente,
que el carro con el caballo
para abastecer a la gente...
Al frente del correo estacionaba
el veinte, y aquí tenía su terminal.
El colectivo por “El Matadero” pasaba,
Liniers era su destino final.
Pegada al correo había una fiambrería,
se llamaba “La Genovesa”.
Por su pulcritud y atención se distinguía.
Tenía todo lo mejor para la mesa...
Del otro lado del correo postal,
había una pequeña ferretería.
Después venía la farmacia
y un kiosquito unido a la peluquería.
En la mera esquina había un bar.
El ambiente no era apto para mujeres.
Tenía varias mesas de billar.
Una mesita exclusiva para choferes.
Antes de continuar,
aquí un instante parar quisiera,
y con gran orgullo mencionar
“Nuestra Farmacia Luganera”...
El doctor Schemberg era su dueño.
Parece como si frente a mí estuviera,
y despertando de un largo sueño,
hoy lo recuerdo tal como él era...
Vistiendo su guardapolvo impecable,
blanco y superalmidonado,
a nosotros nos parecía intocable.
Siempre serio y muy preocupado.
Cuando me pongo a analizar,
posiblemente él no usaba gomina.
En ese entonces era muy popular
inundar la cabeza con brillantina.
Pesarse en la balanza de la farmacia,
para nosotros era una gran atracción.
Era como un golpe de gracia
cuando pasábamos por la estación...
Especialmente con los menores
su mirada era bien penetrante.
No nos regalaba honores,
su vista no se apartaba un instante.
Todavía me queda mucho para contar.
Cuando tenga tiempo la sigo...
Clemente |